JORNADA DE PESCA Nº 782
Con esta jornada de pesca, llevada a cabo en uno de los días más fríos del pasado invierno (sigo escribiendo los artículos de este, nuestro blog, con cerca de tres meses de retraso), terminó mi Winterreise, o viaje de invierno, por las zonas libres sin muerte del Llobregat. Las siguientes jornadas, que ya tuvieron lugar en el transcurso del mes de marzo, estuvieron dedicadas a aperturas, tanto de la muy particular temporada del coto intensivo de Ponts (01/03 - 31/10), un acontecimiento que cada año muchos celebran como una "etapa prólogo" de la temporada oficial, como a la de la mismísima temporada oficial de salmónidos 2016, la cual viví en un Pedret al que tanto la nueva ordenación de los tramos con y sin muerte, como las limitaciones de acceso rodado al mismo por la "vía verde", han convertido en polémico.
Tras casi dos meses de ir poco a pescar, dado que alterné los sábados de caña y vadeador con los de mochila y botas de trekking, con mis amigos del centro excursionista del que soy socio, y de capturar pocos peces, terminó llegando, en el penúltimo sábado de febrero, que no deja de ser uno de los meses menos propicios del calendario para pescar, el primer bolo del año natural.
Como suele suceder en estos "bolos invernales", el mismo no conllevó la misma frustración que si se hubiese producido, por ejemplo, en el mes de mayo o junio. El ir a pescar en pleno invierno a una zona libre sin muerte que, por ende, no es ni tan solo de salmónidos, es lo que tiene; muy contento estoy, la verdad sea dicha, de los resultados de mis pescas invernales de este año, pues he visitado partes de las zonas libres del Llobregat por las que no me dejaba caer desde hacía años y, encima, he conseguido tocar escama de trucha en casi todas las ocasiones, excepto en la presente y en la anterior, en la que las escamas que toqué fueron de carpa.
Además, lo que termina de suavizar el bolo es el hecho de que realmente sí pesqué. En realidad, a lo largo de la jornada clavé dos truchas fario. Lo que sucede es que una cosa es clavar, y otra hacer que una vez prendidas terminen en el salabre. Otra vez más, mi torpeza y poca pericia en el combate con los peces me privó de poder tener a los mismos en la mano y así cantar victoria.
A pesar de que el invierno de 2016 será recordado como uno de los más benignos, por lo menos en Catalunya, de lo que llevamos de siglo, si es cierto que, de un modo excepcional, ha habido algún que otro día frío, o por lo menos con temperaturas que serían habituales en un invierno dijéramos "normal", y el caso de este sábado de finales de febrero, que ocupa esta crónica, fue uno de ellos. Durante el viaje en coche, llegaron a registrarse los seis grados negativos. La helada matinal y la gélida temperatura ambiental me retuvo un poco más en el bar a la hora del desayuno, pero al final vencí a la pereza y volví a subir al coche para hacer un corto trecho más y llegar al punto en donde tenía previsto cambiarme de ropa todavía a un grado bajo cero al sol.
Generalmente, en pleno invierno, los días anticiclónicos no suelen ser muy propicios para la pesca. Este, no fue una excepción, respondiendo un poco al patrón de día soleado y luminoso, sin una nube, pero con un ambiente gélido, apenas roto por un pequeño repunte al alza de la temperatura pasado el mediodía y hasta primera hora de l tarde.
La ausencia significativa de lluvia, desde mi última salida de pesca dos semanas antes, volvió a propiciar el que me encontrase el Llobregat, a su paso por la latitud más meridional del Berguedà, con una transparencia del agua que no recordaba en muchos años. Eso si, en esta ocasión un agua terriblemente fría. Asimismo, la sequía invernal, además del cierre a cal y canto de las compuertas del pantano de La Baells, conllevaron el volver a pescar en un río con un caudal muy bajo.
La jornada de la que esta crónica es objeto, terminó estructurándose en dos mangas, hecho este motivado ante la poca actividad que hubo en el primer tramo que visité, y que me hizo buscar una mejor suerte, que no encontré, unos pocos kilómetros río abajo, en concreto en el mismo sector del río de las dos primeras salidas de pesca del pasado mes de enero.
Hasta primera hora de la tarde, estuve pescando en un tramo concreto de zona libre sin muerte que, en un pasado no muy lejano, había formado parte de la extensión de un coto. Curiosamente, con los muchos años que hace que rondo por el Llobregat, trasegando primero cañas de cebo, más tarde de spinning y desde hace más de quince años de mosca, nunca antes había estado pescando en este tramo en concreto. Es por ello que, no estando bien seguro de por donde acceder al río sin demasiados problemas, y queriendo dejar el coche en lugar lo más lejos posible miradas indiscretas, tuve que echar mano de esa tan eficaz y moderna herramienta llamada Google Maps, que a menudo suele ser la favorita tanto de los "chafarderos on-line", como de los espías de las actividades ajenas, en esta nuestra Edad Tecnológica. He de reconocer que esta vez me fue de gran utilidad, para poder llegar sin ningún contratiempo a la misma orilla.
Como es habitual en las pescas invernales, el "tungsteno en ninfa" fue el protagonista absoluto de la jornada. Visto lo visto en las otras salidas a estas zonas libres del Llobregat durante el invierno, especulaba que las picadas, de producirse, tendrían lugar en sitios en donde las truchas estuvieran cómodamente refugiadas; o sea en fondos de pozas o en blandos laterales de corrientes. Descartado pues, en esta época del año y en esta latitud del río, el ir a buscar actividad en corrientes vivas, y aún menos en espumeríos con un palmo de agua.
La acción de pesca, minuciosa y lenta, prospectando palmo a palmo de cada poza y de cada corriente de escasa velocidad, siempre lo más "al hilo" que permite una caña corta, como la que yo uso para casi todo (una de 9 pies), devino en un ejercicio de rutina, mecánico hasta lo casi rítmico, en una cadencia de lances a golpe de muñeca, solo rota por alguna que otra pausa para quitar el verdín y las algas del combo de dos ninfas (una contundente pheasant tail y un perdigón), que estaba utilizando a falta de algún que otro recurso más imaginativo como podría ser, por ejemplo, un streamer rebotando sobre las piedras del lecho del río, recogido con lentos y erráticos tirones, a la manera en que muchos pescadores de spinning manejan, con maestría, gráciles e insinuantes señuelos de vinilo.
La mañana transcurrió sin picadas y sin atisbo alguno de actividad de peces. Poco después del mediodía horario, de sopetón, noté una ligera tensión en la línea. Al ir a clavar, noté vida al otro lado del hilo, y tras una breve batalla pude tener a vista una fario, de esas plateadas tan típicas del Llobregat, que rondaría los 30 cms. a ojo de buen cubero. Por desgracia, al ir a echar mano del salabre fue visto y no visto: el pez se había desclavado, y yo me había quedado con dos palmos de narices. En fin...¡al menos hay peces en este río!.
Poco después, tras un rato de volver a la misma acción de pesca, llegué a una amplia tabla, de aguas brillantes, pero no cegadoras, bajo el tímido sol del invierno. Allí, mientras aprovechaba para primero orinar y después fumar un cigarrillo, a la vez que bebía una de mis sempiternas latas de te con limón, observé una gran eclosión de efémeras. Se trataba de un bétido grisáceo. Probablemente, fueran Baetis Muticus. El caso es que esta abundante eclosión fue una de las más desaprovechadas que he visto en años, pues pese al gran número de ejemplares que pasaban de subímago a imago, levantando finalmente el vuelo, no suscitó ninguna respuesta por parte de las truchas. La verdad es que fue verdaderamente decepcionante el no ver ni una ceba, ¡ni una!, ante tal desfile de comida. Fue entonces cuando comprendí que, salvo algún imprevisto, en esta jornada ni iba a pescar a seca, ni a practicar "jogo bonito" alguno aligerando señuelos y haciendo volar cola de rata: las truchas estaban demasiado cómodas debajo del agua. Tanto, como para desdeñar un buen atracón de manjares fáciles de obtener.
Todo y la única picada, la verdad es que ver desaprovechar tamaña eclosión me hizo reflexionar sobre mis posibilidades en lo que me quedaba, tanto de jornada como de tramo. Así pues, tomé la decisión de probar suerte en otro sector de la zona libre sin muerte, justo donde en las dos primeras jornadas de pesca de enero había logrado tocar escama.
El viaje en coche fue muy breve, pero el hecho de volver al vehículo, desmontar la caña, volver a andar de camino al río desde el nuevo aparcamiento y volver a montar aparejos, llevó el tiempo suficiente como para que, al reiniciar la acción de pesca, la tarde ya hubiera cambiado: el "pequeño verano" de los mediodías soleados del invierno ya había pasado y perdido su magia, dando lugar a ese momento, a veces misterioso e inquietante, en que las sombras se alargan, el azul del cielo gana una tonalidad más intensa y la temperatura comienza a bajar. Es la hora en que el bosque sin hojas, dorado hasta entonces por la luz, vuelve a ser gris con el preludio del crepúsculo.
Para aprovechar bien las menos de dos horas que me quedaban de tiempo, fui directo a las mismas corrientes moderadas que habían sido tan productivas a mediados del pasado mes de enero, y me puse a batirlas "de cabo a rabo" a golpe de ninfas, avanzando río arriba a paso de tortuga. No hubo manera de conseguir ni una picada hasta que, cuando estaba ya a punto de salir del río y desmontar la caña, noté como un ligero calambre al otro lado de la linea y... esta vez estaba prendida de la ninfa del codal una pequeña trucha fario, de esas que pasan un poco del palmo.
¡Algo, es algo! (dijo un calvo, al encontrarse un peine sin púas). Al menos, la captura de la pequeña pintona supondría una pequeña victoria; pírrica pero victoria al fin y al cabo. Con deshacer el bolo me conformaba, y lo tenía al alcance de la mano. La pequeña fario apenas si había opuesto resistencia pero... a menos de un par de dedos de la red pegó dos coletazos y ¡se desclavó!. Estaba visto: en esta jornada, que con este desafortunado incidente dí por finalizada, el bolo estaba predestinado para mí desde un principio.
Un buen rato después, ya cambiado de ropa, llegué a merendar a un bar que conozco, en un pueblo cercano a la zona. Mientras apuraba el cigarrillo antes de entrar en el establecimiento, me dí cuenta de que todavía no había oscurecido. Cosa muy normal: a finales de febrero se nota ya que la luz del día ha ganado terreno a la noche. Pese al frío, esta hora larga de mas de luz solar preludia una primavera que ya no está tan lejos. Una primavera en la que, siguiendo el ejemplo de la naturaleza, volverán a empezar muchas cosas. Entre ellas, una nueva temporada de salmónidos, y un retorno a escenarios de pesca vedados hasta que llegue ese momento.
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JORNADA DE PESCA Nº 782
Sábado, 20 de febrero de 2016
Temporada 2015 - 2016 - Nº 17
Zona libre sin muerte del Llobregat (ciprínidos) - El Berguedà
Río Llobregat
Pescador: Ferran RUBINSTEIN
Capturas: 0
(en realidad pesqué 2 truchas fario a ninfa, pero ambas se desclavaron en la pelea, por lo que al no ser truchas metidas en el salabre no se pueden considerar capturas)
Equipo de pesca a mosca:
Caña: Vision GT-Four - 9 pies - línea 5
Línea: Adams 6 WF - flotante
Carrete: Sage 4550
Climatología: soleado y frío.
Caudal: bajo
Condiciones de vadeo: vadeo sin dificultad, siendo recomendable el uso del bastón de vadeo.
Hora de inicio de la jornada: 10,15 h.
Hora de finalización de la jornada: 16,45 h.
La música de hoy:
Viaje de ida:
Sinfonía nº 2
Zygmunt Stojowski
Sinfonía nº 2 "sonidos del verano en el sur de Rusia"
Víctor Bendix
Zygmunt Stojowski
Sinfonía nº 2 "sonidos del verano en el sur de Rusia"
Víctor Bendix
Viaje de vuelta:
Sinfonía nº 1
Alexander Von Zemlinsky
Concierto para piano y orquesta en "DO" mayor
Carl Czerny
Alexander Von Zemlinsky
Concierto para piano y orquesta en "DO" mayor
Carl Czerny
Líneas Tensas!
Ferran RUBINSTEIN